La primavera marca el inicio de muchas cosas cada año: es la eclosión de la naturaleza, las temperaturas empiezan a subir, las alergias se propagan… y un bicho empieza su procesión. Hablamos de la oruga procesionaria del pino (Thaumetopoea Pityocampa), llamada así porque en esta época del año (entre febrero y abril) baja de los árboles para movilizarse en forma de convoyes que seguro que habéis visto alguna vez: filas de una oruga tras otra, todas ellas de colores blancos, negros y marrones muy intensos, y cubiertas de pelos. Es algo muy llamativo, tanto para nosotros… como para nuestras mascotas. Y ahí está el problema: así como nuestra actitud ante tales procesiones es la de mirar y no tocar, nuestros perros y gatos pueden ser más curiosos, y emplear su hocico para saber más. Y si llegan a contactar con los insectos, su vida puede llegar a correr peligro.
Basta con levantar la mirada cuando se pasea en un lugar a la sombra de los pinos, para notar fácilmente la presencia de orugas procesionarias: bolas blancas de dimensiones no demasiado grandes, presentes durante todo el año porque ahí es donde viven las larvas prácticamente toda su vida. Salvo cuando suben las temperaturas, que es cuando bajan a la tierra en busca de un refugio en el que enterrarse para preparar su transformación en mariposas (que suele pasar en pleno verano), y forman esas procesiones antes mentadas.
El gran peligro para nuestras mascotas radica en el sistema de protección de los insectos, consistente en ese manto de pelos (tricomas) de carácter urticante. La toxina en cuestión es terrible cuando entra en contacto con el hocico (de hecho, para el ser humano también supone un problema): los primeros síntomas pasan por un rascado frenético por parte del animal, acompañado de mucha saliva y de vómitos (y en ese caso, pueden aparecer pedazos de oruga entre los restos, fijaos bien). Y es que la lengua se necrosa, se inflama al tiempo que se crean ampollas, se amorata, y hasta puede llegar a caerse total o parcialmente. También se le puede hinchar la cara, y si ha llegado a ingerir alguno de los bichos, su vida corre serio peligro: las mismas reacciones de su boca pueden darse en el esófago y el estómago, provocando un colapso al animal al obstruir sus conductos.
La única solución posible pasa por tratar de evitar el más mínimo acercamiento a las procesionarias. Pero no siempre es tan fácil, por lo que al menor síntoma, toca correr al veterinario más cercano, que por cierto, pueden recetarnos pastillas o inyecciones en caso de que tengamos pensado salir con nuestra mascota a algún lugar alejado. Por lo demás, los primeros auxilios que podemos tratar de aplicar a nuestra mascota pasan por un lavado de la zona afectada, ya sea con agua o suero, pero hay que andarse con ojo puesto que los pelos de la oruga que hayan quedado clavados en el hocico y se rompan, pueden empeorar la situación liberando más veneno.
Mucho ojo, por tanto, ante la que ya se considera una auténtica plaga, de las más peligrosas de esta época…
Basta con levantar la mirada cuando se pasea en un lugar a la sombra de los pinos, para notar fácilmente la presencia de orugas procesionarias: bolas blancas de dimensiones no demasiado grandes, presentes durante todo el año porque ahí es donde viven las larvas prácticamente toda su vida. Salvo cuando suben las temperaturas, que es cuando bajan a la tierra en busca de un refugio en el que enterrarse para preparar su transformación en mariposas (que suele pasar en pleno verano), y forman esas procesiones antes mentadas.
El gran peligro para nuestras mascotas radica en el sistema de protección de los insectos, consistente en ese manto de pelos (tricomas) de carácter urticante. La toxina en cuestión es terrible cuando entra en contacto con el hocico (de hecho, para el ser humano también supone un problema): los primeros síntomas pasan por un rascado frenético por parte del animal, acompañado de mucha saliva y de vómitos (y en ese caso, pueden aparecer pedazos de oruga entre los restos, fijaos bien). Y es que la lengua se necrosa, se inflama al tiempo que se crean ampollas, se amorata, y hasta puede llegar a caerse total o parcialmente. También se le puede hinchar la cara, y si ha llegado a ingerir alguno de los bichos, su vida corre serio peligro: las mismas reacciones de su boca pueden darse en el esófago y el estómago, provocando un colapso al animal al obstruir sus conductos.
La única solución posible pasa por tratar de evitar el más mínimo acercamiento a las procesionarias. Pero no siempre es tan fácil, por lo que al menor síntoma, toca correr al veterinario más cercano, que por cierto, pueden recetarnos pastillas o inyecciones en caso de que tengamos pensado salir con nuestra mascota a algún lugar alejado. Por lo demás, los primeros auxilios que podemos tratar de aplicar a nuestra mascota pasan por un lavado de la zona afectada, ya sea con agua o suero, pero hay que andarse con ojo puesto que los pelos de la oruga que hayan quedado clavados en el hocico y se rompan, pueden empeorar la situación liberando más veneno.
Mucho ojo, por tanto, ante la que ya se considera una auténtica plaga, de las más peligrosas de esta época…
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